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El oficinista

El protagonista suele quedarse hasta tarde haciendo horas extras en la oficina y aunque no lo disfruta, tampoco parece molestarle. Trabajar lo mantiene ocupado y las horas extras retrasan el fatídico momento de volver al hogar, donde lo espera una esposa despótica a la que ya no ama y unos hijos maleducados y revoltosos por los que no siente ningún cariño (excepto por uno de ellos, el que más se le parece, y a quien, cariñosamente, llama “viejito”).

Una noche, cuando ya no queda nadie en la oficina, descubre la presencia de la secretaria del jefe. Al principio no la reconoce y supone que es algún polizonte. Su primera reacción es defensiva, pero al descubrir su error, pide disculpas y se ofrece a acompañarla en taxi hasta su casa, argumentando que la calle puede ser peligrosa para ella, a esas horas de la noche. Ella acepta y cuando llegan a destino, lo invita a pasar a su casa, a tomar un café.

Una cosa lleva a la otra y acaban acostándose. Ella es soltera aunque confiesa tener un affaire con el jefe. La declaración lo toma por sorpresa pues, a su juicio, el jefe es una persona horrenda. Al regresa a su casa, no puede dejar de pensar en ella. Supone que el jefe debe haberla engañado con falsas promesas. La experiencia con la secretaria lo trastorna. Se abandona a fantasías escapistas. Tal vez se ha enamorado, aunque presiente que para ella solo ha sido una noche de sexo. La posibilidad lo perturba. Cuando ella se queda a solas en el despacho del jefe, lo mortifica imaginar lo que puede estar sucediendo dentro.

La relación del oficinista con su jefe siempre ha sido buena. El oficinista siempre ha sido cumplidor, trabajador, responsable. Amigos no tiene, aunque luego del episodio con la secretaria del jefe, su manera de relacionarse con el mundo cambia. En algún momento, abre su corazón ante un compañero de oficina, aunque luego se arrepiente. La sociedad enseña que es mejor no confiar en nadie. Todos sospechan de todos y todos son potencialmente culpables (aunque no se sepa de qué). Las acusaciones y las investigaciones son promovidas y celebradas por el poder imperante.

La delincuencia y la pobreza han tomado las calles. Los grupos terroristas y los subversivos son una amenaza constante. Las jornadas laborales son extenuantes y siniestras y los asalariados son, en realidad, los que se han salvado. Aunque la crisis permanente, los atentados y la lluvia ácida pueden acabar con la vida de cualquiera, en cualquier instante. El presente implica sobrevivir. El futuro es desolador y apocalíptico.

Lo que resta es una historia, virtuosamente narrada, que plantea el dilema sobre la posibilidad del amor. Se trata de una novela prodigiosa que, entre otras virtudes, posee el atractivo de estructurar su argumento con la velocidad característica de una novela de suspense o un thriller, cuando todo lo que cuenta es, en realidad, más simple de lo que parece. En realidad es casi un drama cotidiano. Una novela muy cinematográfica que, no obstante, dificilmente podría funcionar en la pantalla grande. Si fuera una película, sería una película insostenible, destinada a salas de cine subterráneas y a un público secreto.

De alguna manera, lo mismo da si voluntariamente o por casualidad, recupera la imaginería y los paisajes de películas como Brazil (Terry Gilliam) o Delicatessen (Pierre Jeunet), pero también remite a las distopías de Ballard y Orwell, al cinismo de Houellebecq, a la atmósfera sobrenatural y pesadillezca de Lovecraft, al psicologismo de Dostoievsky, a los laberintos de Kafka. Los caminos que transita son conocidos pero no por ello menos efectivos y funcionales.

Es una novela rabiosa, sangrienta, oscura y también poética y simbólica. Diría ingrávida. Una abstracción que oscila entre el sueño y la pesadilla, entre la ciencia ficción y el naturalismo visceral. Heredera de cierta tradición Europea aunque definitivamente Latinoamericana. Todo luce como deformado a través de un prisma extraño. Todo luce sobrenatural y sofocante. Transcurre en ningún lugar y en un tiempo impreciso pero también transcurre en el mundo cotidiano y en el momento presente.

La angustia y la deseperación recorren cada una de sus páginas desde la primera línea. Se trata de una novela pesimista y alucinada sobre un mundo irreal que se parece demasiado al nuestro. Frases cortas, capítulos cortos. Tensión narrativa que avanza a un ritmo de vértigo, aunque al final ya no importa hacia dónde. Lo que importa es precipitarse hacia el final. Una alegoría de la degradación, la humillación y el sometimiento, donde las fantasías escapistas son tan denigrantes como la realidad cotidiana.

Una fábula sin moraleja que corta el aliento y deslumbra.
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